El 16 de agosto de este año, cuando me dirigía a mi casa desde el centro de la ciudad de Santiago, intenté tomar el Metro, un guardia no me lo permitió pues había un problema, no iba apurado así que me dirigí hacia el paradero de micros. Tomé el bus correspondiente del Transantiago, eran alrededo


A medida que avanzaba en su recorrido, se hicieron frecuentes los gritos, los quejidos, garabatos y forcejeos, entre los que querían subir y aquellos que intentaban bajar en vano en la parada que le correspondía. De pronto advertí que la situación no era normal, y que hacía rato que la cosa estaba más que colapsada, yo solo observaba, lo que veía me alteraba cada vez más, muchas señoras conversaban entre ellas, algunas decían “estoy muy nerviosa, no sé que hacer”, otra le contestaba: “solo quiero bajarme y llegar a mi casa”, una señora algo mayor gritaba maldiciones a todo el mundo y pedía con fuerza “que no le apretaran más el pecho y que la dejaran de pisar”. Algunas mujeres de unos veinte años lloraban desconcertadas, debido a que se habían pasado de su paradero hacía rato y de seguro llegarían muy tarde a su trabajo. Mientras resistía un empujón, yo comenzaba a poner atención en una anciana que hablaba enérgicamente y dirigía “el tránsito” al interior del bus, para que bajaran y subieran las personas. Sin que nadie se lo preguntara, aquella señora comienza a narrarnos en voz alta su aventura sobre la locomoción colectiva, decía: “estuve como una hora esperando la micro en Plaza Italia, el paradero estaba lleno, la mayoría de las micros pasaban llenas y las que les quedaba un poco de espacio ni pensaban en parar”, -sabe señora? (le comentaba a otra mujer que tenía al lado y que como yo la escuchaba atentamente) “lo peor es que paso un montón de micros completamente vacías, sin recorrido, eso, sabe?” exclamo “eh' un pecao muy re-grande” gritaba indignada la anciana “eh como que usted” decía, “se pusiera a comer un rico bistec frente a un niño muerto de hambre” todos mantuvimos un tenso silencio, ella siguió: “como no se aburren de burlarse de la gente, como no van a saber que a la hora de almuerzo salen muchas personas que trabajan desde temprano, qué les cuesta estudiarlo un poco” se preguntaba conmovida, “¡¡eh que los chóferes tienen que almorzar!!!”, se respondió ella misma, “claro, pero si el chileno esta acostumbrado a pasar el día en el trabajo con una manzana, unas galletas o un chocolate, ¿Cómo ellos no van a poder?”, sabe?, continuaba “toda la gente no almuerza en restauranes o en casinos, la mayoría de los chilenos, de las personas, no come na’ en el día, se aguanta hasta la noche, come en su casa y se acuesta, ¿cierto?” preguntaba a su improvisada audiencia.

Mientras tanto, yo la escuchaba tratando de no perder el equilibrio y de no aplastar a nadie. También trataba de controlar mi impulso de discutir con los demás pasajeros, que se quejaban “por los que no pagan”, evitando confundir al enemigo, no haciéndole el favor al sistema, al gobierno y a los empresarios de pelearnos entre nosotros mismos. Nuestra dama seguía su elocuente discurso, pasando de un tema a otro desde los “altos precios de la feria” hasta la desintegración de la familia, decía: “yo crié a mis tres nietos, los padres de ahora solo quieren trabajar y no tienen ni un minuto para sus hijos. Es que tienen que comprar las zapatillas de esas marcas que les gustan a los cabros y pagar el cable y el Internet que ponen tontos a los cabros chicos”, yo ya me había olvidado de la horrible forma en que me transportaban cuando la sabia anciana agregaba: “¿Cómo la gente va a querer puro trabajar y comprar?, más encima aguanta que se sigan aprovechando de las personas”.
Yo desde la distancia de un podrido pasillo de micro, afirmaba con la cabeza y pensaba en que aquella anciana tenia mucha razón, se notaba que era muy humilde y trabajadora, a pesar de todo su lucidez me impactaba, era tan simple para ella definir, explicar y caracterizar nuestros tiempos. ¿Cómo poder decirle a ella, que no esta equivocada?, ¿cómo hacer que tantas y tantos como ella recobren la esperanza y el valor?, cómo contarle que aún quedan muchos que queremos frenar esta barbarie, que somos muchos los que al igual que ella, ya no queremos más, que estamos dispuestos a luchar, que no seguiremos agachando la cabeza mientras nos roban y se burlan de nosotros, que no volveremos a poner indefinidamente la otra mejilla por el temor de perder una tarjeta de crédito. Me gustaría decirle desde acá, respetada abuela proletaria, que estoy y estamos convencidos, que si nosotros no intentamos mejorar nuestra vida y nuestra sociedad sería “un pecado muy re-grande”.

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