domingo, 9 de septiembre de 2007

La lucha no comienza ni termina el 11.


Aquí estamos… otra vez Septiembre. Otra vez a salir a las calles a protestar por que no olvidamos… no olvidamos que hace 34 años el golpe militar marcó un quiebre en nuestra historia. Un desarrollo histórico que, seguramente hoy, resiste muchos análisis, interpretaciones, visiones y críticas, pero que significó algo muy concreto: ansias de poder de un grupo de entreguistas que fueron capaces de implantar a sangre y fuego un sistema que, desde afuera, les habían dicho que era perfecto. Un grupo de títeres del imperialismo encabezados por Pinochet que se atrevieron a convertir a todo un país en el modelo latinoamericano de la obediencia al kapitalismo. Lo que dejó el 11 de septiembre no fue solo miedo, fue un sistema económico perfeccionado y mantenido por la concertación, que rige nuestras vidas cotidianamente, obligándonos a convivir con la explotación y la miseria. ¿Seremos hijos del miedo entonces? Indudablemente, somos parte de una generación que creció y se desarrolló escuchando la palabra “fracaso”, que ha tenido que formarse una visión de mundo a partir de la derrota de la izquierda, o del movimiento popular, al cual pertenecemos. Y también las marcas de esa derrota calaron hondo. No solo en el conjunto de la sociedad, la cual se apropió del miedo y el desconcierto, se inmovilizó por ello muchos años, sino también en gran parte de la izquierda, que fue golpeada brutalmente, desaparecida, casi aniquilada. Es por eso que hoy, 34 años mas tarde, parte importante de esa izquierda continua exigiendo verdad y justicia. Como si aquello significara, hoy, un cambio radical en el desarrollo que está teniendo este país. No dudamos que la justicia es fundamental para la existencia de una sociedad realmente igualitaria, donde la dignidad de las personas sea lo más importante. Sin embargo, para “esta” sociedad, la justicia real no es mas que informes y comisiones que dan cuenta de algo que ya todos sabemos. ¿No es válido entonces, que cada 11 sigan prendiéndose velas por nuestros muertos? Definitivamente sí lo es, pero para quienes creen que con eso sanarán sus heridas. Para nosotros los jóvenes de hoy, las consecuencias del golpe son tan evidentes hoy día, que optamos por dejar el llanto y seguir el camino de quienes lucharon por una sociedad distinta mucho antes que nosotros, incluso mucho antes del 73. Apelamos a nuestra memoria histórica para decir que también tenemos motivos para creer que somos capaces de doblarle la mano, el brazo, la cabeza a este sistema. Septiembre del 73 no fue solo un “golpe de estado”, fue el aniquilamiento de una construcción social y política, que se basaba en el poder popular, en la capacidad de los trabajadores, pobladores, estudiantes, de tomar sus propias desiciones. Fue un golpe a una construcción cultural que se gestaba desde el pueblo y para el pueblo. Y las consecuencias de eso las vivimos hoy, cuando hablamos de atomización, de prácticas que lejos de aportar a la reconstrucción del movimiento popular, nos alejan cotidianamente. Esta dispersión es alimento para el kapitalismo, que a través de los medios de comunicación, cada 11 muestra poblaciones con barricadas, las cuales son descritas como actos delictivos aislados. Por eso, creemos que el llamado debe ser a pensar que hoy, bajo este sistema, todos los días son 11 de septiembre, todos los días vivimos la herencia del golpe. No podemos negar que nuestras poblaciones han sido copadas por los narcos, que aprovechan la fecha para salir a balearse con los pakos. Pero esto también es producto del kapitalismo, la falta de oportunidades, el desempleo, la deserción escolar, son parte del “perfeccionamiento” del sistema. Por eso debemos recuperar los espacios que nos pertenecen, hacer de nuestras poblaciones espacios combativos, no solo con barricadas, sino en su enfrentamiento cotidiano con el sistema, no solo este 11, sino todos los días. Debemos ocupar los espacios que nos han quitado y representar nosotros mismos, en conjunto, lo que somos y queremos. El poder debe entender que no bajaremos los brazos ni nos arrodillaremos, que no dejaremos de luchar hasta que la historia sea definitivamente nuestra.

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