domingo, 21 de octubre de 2007

EDITORIAL


Octubre. La historia de nuestra América esta marcada por la llegada de los españoles como si la historia se hubiera empeñado desde sus orígenes en advertirnos de los malos momentos que habríamos de sufrir en este mes.
El Ché brilla cada vez más lejano en su pedestal de héroe inmaculado. Miguel Enríquez y su combate final señalando el camino que se habría de seguir en la lucha contra la dictadura. Raúl Pellegrín y Cecilia Magni, luchando contra la traición de los de siempre. Todos caídos para mostrarnos los pasos que debíamos seguir, todos soñadores de un mundo mejor, todos dignos y consecuentes hasta el último aliento. Hoy, cuando estas virtudes escasean, es cuando más nos hacen falta; no por su imagen de póster, no por el mito que nubla, esconde y deforma, no por la añoranza utópica de la guerrilla que no fue victoria. Hoy invocamos sus fantasmas de hombres terrenos que aprendieron a luchar consigo mismos, a derrotar al burgués egoísta y cómodo que todos cargamos a la espalda.
En este octubre no queremos ser aplastados por el peso de sus nombres, ni arrastrados a la liturgia sacramental de actos y flores, hoy basta el Ché niño en las barriadas de Buenos Aires piedra en mano batiéndose con la policía, hoy basta con el Ché pueblo marchando por las calles de Bolivia para saber que todos están vivos en las luchas de América latina.
Es por eso que septiembre nos dejó un reguero de dignidad, surgido desde la periferia, desde la sombra clandestina, de fogatas desafiantes, de capucha altiva en homenaje digno y eterno, de rito iniciático para futuras generaciones combatientes.
Y mientras esta izquierda melancólica y autocomplaciente reza y se flagela, los ladrones de ayer heredan a sus hijos las riquezas y el poder, someten nuestros pueblos con sus luces de neón de malls y paseos estilo Miami. Hoy se nos hace urgente el Ché, Miguel, Camilo Cienfuegos, Raúl y Tamara, renaciendo cada octubre, cada ayer y cada mañana en la lucha cotidiana.

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